jueves, 8 de diciembre de 2011

Las frases de Munich. Septiembre de 1938


Archivo:Bundesarchiv Bild 146-1970-052-24, Münchener Abkommen, Mussolini, Hitler, Chamberlain.jpg

Las recoge y comenta Laurent Binet en su extraordinario HHhH: 

            28 de septiembre de 1938, tres días antes de los acuerdos. El mundo contiene el aliento. Hitler está más amenazante que nunca. Los checos saben que si abandonan a los alemanes la barrera natural que constituye para ellos la región de los Sudetes, se pueden dar por muertos. Chamberlain declara: «¿No es espantoso, fantástico, inaudito, que todos estemos cavando trincheras por culpa de una disputa surgida en un país lejano, entre gente de la que no sabemos nada?»

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            Saint-John Perse pertenece a esa familia de escritores-diplomáticos, como Claudel o Giraudoux, que me asquea como la sarna. acompaña a Daladier a Múnich en calidad de secretario general del Quai d’Orsay.
A las puertas de su hotel en Múnich, un periodista le interroga:
            —Pero, dígame, señor embajador, ese acuerdo es por lo menos un alivio, ¿no?
            Silencio. Luego el secretario del Quai d’Orsay suspira:
            —Por supuesto, un alivio, sí... ¡como cuando uno se lo hace encima de sus pantalones!
            Esta revelación tardía forrada de un eufemismo no basta para reparar su infame actitud. Saint-John Perse se ha portado como un gran mierda. Seguro que él habría dicho, con su preciosismo ridículo de diplomático envarado, «un excremento».

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En el Times, sobre Chamberlain: «Jamás ningún conquistador, después de una victoria obtenida en un campo de batalla, había vuelto tan adornado de los más nobles laureles.»

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            Chamberlain en el balcón, en Londres: «Mis queridos amigos —dice—, por segunda vez en nuestra historia hemos traído de nuevo la paz honorable desde Alemania a Downing Street. Creo que esta vez la paz durará toda la vida.»

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            Krofta, ministro de Asuntos Exteriores checo: «Se nos ha impuesto esta situación; ahora nos toca a nosotros; mañana será a otros.»

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            Daladier, al descender del avión, aclamado por la muchedumbre: «¡Ah, esos gilipollas! ¡Esos gilipollas ya están advertidos!...»
Algunos dudan de que haya pronunciado alguna vez esas palabras, de que tuviera esa lucidez y ese residuo de lustre. Parece que fue Sartre quien propagó la cita apócrifa, en su novela La prórroga.

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            En todos los casos, las frases de Churchill en la Cámara de los comunes son las que demuestran mayor clarividencia, y, como siempre, más grandeza:
            «Hemos sufrido una derrota total y absoluta.»
            (Churchill debe interrumpirse durante largos minutos hasta que cesan los silbidos y los gritos de protesta.)
            «Estamos en medio de una catástrofe de enormes proporciones. El camino de la desembocadura del Danubio, el camino del mar Negro, está abierto. Uno tras otro, todos los países de Europa central y de la cuenca del Danubio se verán arrastrados por el vasto sistema de la política nazi emanada desde Berlín. Y no vayáis a creer que ése será el final, no, ése no es más que el principio...»
            Poco tiempo después, Churchill hace una síntesis al pronunciar su quiasmo inmortal: «Teníais que escoger entre la guerra y el deshonor. Habéis escogido el deshonor. Tendréis la guerra.»

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            «Suena y suena la campana de la traición.
            ¿De quién son esas manos que la han tocado?
            De la dulce Francia, de la fiera Albión,
            y a las dos las hemos amado.»
            (František Halas)

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            En 1946, en Núremberg, el representante de Checoslovaquia preguntará a Keitel, jefe del Estado Mayor alemán: «Si las potencias occidentales hubieran apoyado a Praga, ¿el Reich habría atacado Checoslovaquia en 1938?» A lo que Keitel responderá: «Ciertamente que no. A nivel militar, no éramos tan fuertes.»

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