En el otoño de 1953, Robert Rauschenberg pidió a Willem De Kooning uno de sus dibujos. El objetivo no era admirarlo, sino destruirlo. Durante un mes, Rauschenberg irá borrando los trazos al carboncillo y al óleo de De Kooning. El resultado será, Erased De Kooning Drawing, su manifiesto artístico, en negativo. Y el final de una época, la del expresionismo abstracto de Jackson Pollock y de Willem De Kooning, los representante máximos de la llamada escuela de Nueva York.
Cuando comience a pintar sus negros monocromos, donde la superficie, desconchada, agrietada, que más que pintada parece carbonizada, buscará sus aliados en el compositor John Cage y en el coreógrafo Merce Cunningham.
- “Un día le hice un bonito favor a John Cage. Entonces yo residía en su apartamento [el músico le había invitado a su casa, al comprobar que el único colchón que tenía el pintor estaba lleno de chinches]. En su ausencia, como agradecimiento –en esa época trabajaba en mis pinturas negras- repinté todos sus cuadros en negro. Se volvió furioso. Podría creerse que le gustaba cualquier cosa, pero no era cierto”.
Una mañana en que se levantó inspirado transformaría ese colchón en obra de arte al colocarlo en posición vertical y pintar encima, porque no tenía dinero para adquirir un lienzo.
Criado en el Sur de Estados Unidos, era hijo de un inmigrante alemán y de una india cherokee que le hacía sus camisas con los retales que encontraba. Tras un viaje por Italia, España y Marruecos, junto a Cy Twombly, entre 1952 y 1953, de vuelta a Nueva York, comenzará su pelea contra la pintura pura. Sus telas se llenan de todo tipo de materiales encontrados: plásticos, botellas rotas, paraguas, madera en Charlene, 1954;
fotos, carteles, periódicos en Rébus,1955. Combine painting será el nombre que designará a esta pintura, mezcla de collages, ensamblajes, color y dibujo.
Rauschenberg, junto a su amigo y amante Jasper Johns, con quien llegó a firmar como Matson Jones, marcó la transición entre el expresionismo abstracto y el arte pop en las artes visuales. Ambos buscarán su inspiración en la sociedad de consumo: fotografías de Kennedy, botellas de Coca-Cola, neumáticos de coches. De este modo prefiguran lo que será el pop art de Andy Warhol.
Son muchas las anécdotas relacionadas por su gusto por la provocación: complació a un crítico que en Florencia le sugirió que arrojara algunas de sus obras al río Arno. A una mujer que le comentó que no le gustaban los cuadros que colgaban en el Museo Judío de Nueva Cork, Rauschenberg le dijo que opinaba lo mismo de cómo ella iba vestida. La mujer, ofendida al principio, “me buscó luego para decirme que empezaba a entender”.
En sus últimos años en la isla de Captiva en Florida, fue juntando tierra hasta formar un complejo de nueve estudios y varias viviendas circunvalando una piscina. Allí realizó sus grandes obras, de hasta varios kilómetros de extensión.
De la época en que a Rauchenberg le dió por llenar las galerías de lienzos blancos -“hipersensitivos”, según él, pues las telas eran capaces de captar las variaciones de actitud y de humor de los espectadores-, procede «4,33», la célebre canción silenciosa de John Cage.