jueves, 18 de noviembre de 2010

Tiberio Graco y Numancia


Cuando Tiberio Sempronio Graco regresó de Numancia no fue bien recibido, es más, perdió toda posibilidad de adelantar en su carrera política, el cursus honorum romano. ¿Qué había ocurrido para que un joven tan bien emparentado, descendiente de tres grandes familias -los Cornelio, los Escipión, los Graco-, sufriese el mayor contratiempo que podía recibir un joven patricio, la de poder ser digno de sus antepasados, la de mostrarse valioso, la de renovar su fama?

Tiberio había acompañado a su primo Cornelio Escipión Emiliano a luchar contra los cartagineses en la batalla definitiva, que no fue otra que la destrucción de Cartago. Allí había destacado tanto -fue el primero es escalar la muralla de 18 metros que defendía la ciudad, que le concedieron el honor más grande que podía recibir un soldado- la corona mural de oro.


Acompañó a Emiliano en el desfile del triunfo por las calles de Roma, fue elegido para su primer cargo, cuestor, y volvió de nuevo a la pelea. Acompañó al cónsul Cayo Mancino a Hispania, en el 137 ac, para someter a las levantiscas tribus, entre ellas Numancia. Las cosas no fueron bien, Mancino perdió en todos los frentes frente a los numantinos. En una de las ocasiones fue atrapado con sus 20.000 soldados en un terreno abrupto. No le quedó más remedio que enviar a Tiberio a negociar un acuerdo de paz de igual a igual entre Roma y Numancia. Mancino juró por su honor defender el acuerdo, pero el Senado decidió lo contrario. Mancino fue juzgado y condenado. Fue desnudado, cargado de cadenas y conducido a Hispania para ser entregado a los numantinos. Estos no lo aceptaron y Mancino volvió a Roma lleno de vergüenza. También Tiberio había caído en desgracia y con ello deshonrada su familia. Aunque las familias de los 20.000 soldados que se salvaron con el tratado de paz lo aclamaron como un héroe y Tiberio volvió a la carrera política como tribuno de la plebe.

Tiberio, contra la opinión del senado, aprobó una ley, en la Asamblea Popular, donde votaba la plebe, para repartir las tierras de titularidad pública que habían sido ocupadas ilegalmente por los aristócratas, entre los que nada tenían. Los patricios no le perdonaron. Cuando se presentó por segunda vez como tribuno, cientos de senadores, acompañados por sus esclavos y asociados, le salieron al paso cuando se dirigía al capitolio y a bastonazos, palos y pedradas acabaron con él y con trescientos de sus seguidores. Años después su hermano Cayo correría una suerte parecida.


El senado nombró de nuevo cónsul a Escipión Emilano, el destructor de Cartado, y lo envió a Hispania. En el 134 ac, durante once meses, sometió a Numancia a un asedio salvaje. La ciudad se fue extinguiendo por hambre, algunos decidieron suicidarse, el final también, como en Cartago, fue el fuego y la total destrucción. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos.