La palabra paraíso viene del persa pari-daiza a través del griego paradeisos, un jardín rodeado por una muralla que lo protegía de los ardientes vientos del desierto. La imagen del Jardín del Edén o paraíso perdido del Génesis viene de ahí.
En el evangelio no se describe el paraíso, sino que se habla del reino de los cielos, que más que un lugar es una situación o un estado.
Es en el siglo III, con San Cipriano, cuando la felicidad aparece representada como un lugar, un jardín, el paraíso cristiano, donde se relaciona con "una tierra lujuriosa cuyos verdes campos se cubren de plantas nutricias y mantienen las flores perfumadas". Imagen que se representa en el mosaico de San Apolinar in Classe en Ravena, una amplia y verde pradera, con árboles majestuosos, hierba lata, flores, pájaros y ovejas.
También aparece como la ciudad ideal o la Jerusalén celeste, en el Apocalipsis, una ciudad protegida por altas murallas, que reposan sobre sólidos cimientos e iluminada por la gloria de Dios, como consuelo a los cristianos perseguidos.
Más tarde a finales del XV y en el XVI aparece como la corte celestial donde reina María, rodeada de ángeles cantores y músicos. Entonces, la felicidad en el paraíso era estar con Cristo, junto a María, en su corte y escuchar música encantadora.
En el barroco el cielo ocupa las bóvedas de las iglesias; la propia iglesia es el paraíso. Así, por ejemplo en la Asunción de la Virgen de Correggio en la bóveda de Parma.
Por fin, más modernamente, y desde la Reforma luterana, se busca el paraíso en el interior de uno mismo, llegando en algunos caso, como los jansenistas de Port Royal al desprecio del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario